jueves, 22 de octubre de 2009

Somos hijos de gente triste. Somos lo que regurgitaron después de una noche de pasión; tristeza, sabiduría, soledad y muchas ganas de hacer las cosas bien. ¿Dónde demonios quedaron todas esas sonrisas que solíamos compartir en las escaleras de la casa? ¿Dónde demonios quedaron los juegos y los secretos compartidos? Somos hijos de gente triste que no same cómo decir ni buenos días. Somos hijos de gente triste que no levanta ni el periódico para ver si el sol ha cambiado de posición. Somos hijos de gente triste que cada vez que suena el teléfono se niegan a contestar pensando que los amigos querrán saber de dónde viene esa tristeza. Somos hijos de gente triste que ríe con ganas de cualquier tontera para poder contrarrestar esa tristeza heredada. Somos hijos de gente triste que quisieron volar tan alto y que cada vez que volteaban a ver sus raíces regresaban llenos de dolor al ver que ni siquiera eran capaces de sonreír por los avances de sus retoños. Somos hijos de gente triste, y como tales nos asumimos sin poder dar crédito a que nosotros somos hijos de gente triste y que esa tristeza la hemos mamado día a día y que esa tristeza es la iluminación de nuestros días. Somos hijos de gente triste y nos comportamos como hijos de la ciencia, de la razón, de la sabiduría, del entendimiento, del izquierdismo, de lo prohíbido pero jamás como hijos de gente triste. Y hoy, al ver que somos hijos de gente triste, brindo por el amargo despertar al sol que cambió de posición, por la luna que siempre ha brillado aún para la gente triste, por los baches en calles imposibles, por las cervezas compartidas con gente triste, por el juego de dominó con blues de fondo. Brindo por las calles que he recorrido con ojos velados por la tristeza. Brindo por las bocas que he besado en la tristeza. Brindo por mis hermanos que comparten esa tristeza. Somos hijos de gente triste.

enMars